AUTORA: MARY SANDOVAL |
Cuando sonó el
teléfono, yo estaba en mi hora de chica. O sea era el momento en que me
encerraba en mi cuarto y me vestía de mujer. Esos momentos era vividos por mí
de una manera muy intensa. Al ponerme un vestido, me sentía realmente mujer.
Por eso no pude evitar poner un tono de voz femenino y delicado cuando dije
"aló".
En el otro lado de
la línea estaba Pedro, que según me dijo era su nombre. Desde ese momento, y
por algún tiempo más, esa voz sería sólo una voz en el teléfono, una voz
masculina y vigorosa que me haría pasar unos momentos muy excitantes.
No sé cómo me fue
envolviendo en su juego. La cosa es que yo caía redondita en él. Al cabo de
algunos días me dijo que había marcado un número al azar y que mi voz le
pareció muy dulce y seductora, así que pensó que podíamos ser amigos, o algo
más... Y ese mismo día le confesé que yo no era exactamente una mujer, que
aquel día de su primera llamada yo estaba vestida de mujer y viviendo una
fantasía tan real que su llamada no hizo sino reafirmarme en mi feminidad. Y
desde entonces yo esperaba su llamada diaria a la misma hora como una dama que
espera a su príncipe azul.
Mi "hora de
chica" era una costumbre mía desde muy niña, pero desde que apareció él
adquirió un matiz más serio. Ya no estaría nunca más sola. Antes, me
concentraba en la ropa que me ponía, en disfrutar de la suavidad de la ropa
interior sobre mi cuerpo, en mirarme en el espejo y caminar como una dama. Era
como el jueguito de una nena adolescente que empieza a descubrir su sexualidad.
Con él, había un compromiso. Había una relación. Su voz varonil a través de la
línea del teléfono me hacía estremecer. Yo podía sentir que un torrente de
hormonas femeninas fluía por mis venas dejando atrás los inocentes momentos de
la niña jugando a ser mujercita.
Durante el día,
tenía que simular ser un jovencito. Estaba en los primeros días del último año
de {secundaria en el colegio cuando me llamó él por primera vez. Y con cada una
de sus llamadas se me hacía más difícil esconder a la mujer que tenía adentro.
Tenía que contener mis impulsos femeninos cuando olía el sudor de mis
compañeros después de que jugaban fútbol. Yo me limitaba a ponerme en el arco,
que era la posición que nadie quería, y que a mí me gustaba tanto porque con
cada gol que me hacían me sentía como violada. No siempre podía hacer eso, ya
que no me dejarían jugar en el arco si me hacían muchos goles. Pero eso también
tenía su recompensa, porque a veces me chocaban e incluso una vez caí al piso y
el delantero cayó también encima mío, con su boca sobre mi nuca, de una manera
que sentí su aliento casi poseyéndome. Esa vez estuve a punto de delatarme.
Pero sólo sonreí internamente y lo disfruté solita, hasta la noche, cuando le
conté a él lo sucedido.