miércoles, 8 de marzo de 2017

La despedida de soltera



Autora: Onnagata



Antes de comenzar mi relato os haré un breve resumen de mi vida para la completa comprensión de la historia que os voy a contar.

Soy un chico de 24 años que por circunstancias ajenas a su voluntad lo vistieron de niña a los dos años de edad. Los problemas económicos de mi madre al quedarse viuda la obligaron a tener que aprovechar la ropa de mis hermanas mayores para vestirme. No puse ropa masculina hasta los cuatro años en que empecé a ir al colegio y de cara a la sociedad he mantenido mi rol masculino desde ese momento aunque en casa siguiera conservando mi propio ajuar femenino que había heredado de mis hermanas y algunas prendas que compraba de vez en cuando.

La primera vez que salí como Olga (este nombre fue idea de mi hermana Paula) fue alrededor de los diecisiete años y por casualidad. Para hacerle un favor a un chico, con una homosexualidad asumida aunque no exteriorizada, me hice pasar por su novia. La experiencia fue muy productiva y didáctica. Además de sentirme mujer fuera de casa esa fue la primera vez que hice el amor con un hombre.

A modo de aclaración debo decir que siento verdadera debilidad por las chicas. Es más, tengo novia formal, con quien tengo el comportamiento de un chico normal y que no sabe absolutamente nada sobre mi "habilidad" para travestirme. Sin embargo, en honor a la verdad, no me puedo considerar totalmente heterosexual, puesto que, vestido como mujer, he mantenido esporádicamente relaciones sexuales con chicos. Me definiría como un bisexual con una fuerte inclinación hacia las mujeres.


En la época en que transcurre este relato tenía yo veinte años. Desde que Ricardo, el chico gay a quien había hecho el favor, se trasladara a otra ciudad no había vuelto a vestirme de chica fuera de mi casa.

El día de navidad, estando todos sentados a la mesa, Raquel, mi hermana mayor, nos anunció que en verano se iba a casar con Alejandro, su novio de toda la vida. No supimos que decir, la alegría fue inmensa. Nos explico los detalles de su decisión, donde iba a vivir y cosas así. Mi madre visiblemente emocionada, se ofreció para ayudarla en lo que fuera, a lo que Raquel, agradeciéndoselo, le dijo que no se preocupara por que ella y Alejandro ya tenían casi todo previsto.

En ese momento a mi hermana Paula se le dibujó una malévola sonrisa en los labios y con una vehemente explosión de entusiasmo exclamó.

-. Vale, entonces, ya que no nos dejas ayudarte te vamos a organizar una despedida de soltera que recordarás toda tu vida.- y dirigiendo su mirada hacia mi me dijo. - Y tu me ayudaras ¡Verdad Olga!

Me quedé de piedra al oír mi nombre de chica en casa y que mi hermana me propusiera participar en una fiesta exclusivamente para mujeres. Mire a Raquel rojo de vergüenza y ella me devolvió la misma sonrisa perversa que había visto antes en Paula.

-. Que venga. Lo pasaremos de miedo.

En mi interior sentía un cosquilleo que me recorría por todo el cuerpo ante el ofrecimiento que se me acaba de hacer pero, no sé por que no acababa de exteriorizarlo. Empezaron a fluir sentimientos encontrados dentro de mi cabeza. Por un lado una inmensa ilusión por formar parte de una fiesta exclusivamente para chicas cuyo desarrollo siempre me intrigó y, por otra parte, un temor horrible a no estar a la altura de las circunstancias. Hacia ya casi dos años que no había salido como Olga y aunque, en ciertos aspectos, había mejorado mi destreza para transformarme; había perdido cierta práctica en cuanto a la conducta femenina requerida por mi desinterés a volver a travestirme fuera de casa. Algo de todo esto debió de haber notado mi familia por que mi madre me cogió la mano y me dijo en tono cariñoso.

-. No te preocupes hombre. Nosotras sabemos que no vas a tener ningún problema. Tu capacidad y habilidad para transformarte en Olga son envidiables, incluso para nosotras. Yo misma te ofrecería mi ayuda si no supiera que tu superarás con mucho todo lo que podríamos a hacer por ti.

Sus palabras me tranquilizaron y, mas animado, prometí hacer todo lo posible para aprovechar esa oportunidad que mis hermanas me brindaban.

Desde aquel momento, a casi siete meses vista, todo el tiempo libre del que disponía se lo dedicaba a Olga. Lo primero que me propuse fue bajar de peso, aunque estaba delgado mi cuerpo, casi desarrollado del todo, había ancheado y cogido ciertos pliegues en algunas partes. Otra cosa que me preocupaba y que decidí modular fue mi voz, cuando salía con Ricardo aun conservaba algo de mi voz infantil, pero con el tiempo se fue haciendo cada vez mas grave. Esto me llevó casi todo el tiempo del que disponía con algunos periodos de afonía. Por lo demás todo fue arreglándose con el tiempo. Me dejé crecer el pelo hasta casi los hombros. Y, poco a poco, fui adquiriendo el comportamiento femenino requerido, como el andar, sentarse, moverse o incluso mirar coquetamente como una chica; abandonado en todo ese tiempo de dejadez.

Mis amigos de la universidad empezaban a echarme de menos. Me veían raro. Y cuando iban a llamar a casa pocas veces me encontraban. Algunas veces hasta era Olga quien les abría.

Al terminar el curso empezamos Paula y yo a organizar la despedida. Pero yo no hice casi nada. Paula estaba tan ilusionada que no me lo permitió. Entonces tuve más tiempo para mí. Pensé en como quería aparecer en la fiesta, incluso dibujé varios bocetos. Al final concluí en una Olga rompedoramente sexy. Me compré un vestido rojo corto, entallado y muy escotado, unos zapatos también rojos con un tacón altísimo y un bolso a juego. Un conjunto de lencería negro compuesto por un corpiño entallado, una tanguita diminuta y un liguero, todo de seda y encaje; y unas medias de seda naturales. En una tienda de piercing me agujerearon las orejas y me tatuaron una pequeña rosa en el hombro. En una óptica adquirí unas lentillas cosméticas azules y me proveí, también, de unas cajas de uñas y pestañas postizas que fueron como la guinda a un pastel.

Al fin llego el día de la despedida, yo me encontraba especialmente excitada por el acontecimiento y por que todo saliera perfecto. Paula ya había programado todo y no había mas que ponerse bonita, como ella me dijo cuando le ofrecí mi ayuda.

En los días anteriores había ultimado ciertas cosas. Había abierto el baúl de Olga después de casi dos años. En este baúl guardaba todos los utensilios y accesorios que utilizaba cuando salía a la calle de chica. Allí encontré una especie de faja que simulaba una vagina. Este accesorio lo había comprado en Londres, en una tienda especializada para crossdressers. Consistía en una faja de látex con una vagina y algo de vello sintético a la que yo le había añadido unos rellenos de goma espuma en la parte de las nalgas y en la cadera. Este accesorio, que no recordaba que lo tenía, fue un autentico descubrimiento, que me hizo cambiar mi proyecto anterior de esconder mi pene solo con la tanga.

Me levanté temprano para prepararlo todo. Lo primero que hice fue desnudarme totalmente, sin dejar siquiera los anillos ni el reloj. Me contemplé en el espejo durante un rato para observar detenidamente cualquier defecto. Había adelgazado cerca de diez kilos, estaba algo blanco de piel pero no me importó mucho, el pelo me había sobrepasado los hombros y lucia una melena cuidada y brillante. Me alegró ver mi cuerpo bien preparado para su transformación. Seguidamente me metí en el baño y procedí a depilarme todo mi cuerpo con cera y perfilarme las cejas, esto me llevó casi toda la mañana, más de lo que creía, seguramente por mi falta de práctica. Me duché detenidamente y, después, empecé la operación de teñirme el pelo de rubio clarísimo, mi pelo natural es de un castaño claro por lo que tuve que usar dos botes para conseguir el color que me proponía. Mientras el tinte se insertaba en el cabello fui a mi habitación y puse la ropa bien ordenada y repasé todo lo que me hacia falta para tenerlo a mano cuando lo necesitara. Aclare la cabeza y con una toalla la sequé tapándola de mis hermanas para que no vieran mi cabello teñido y poder darles una sorpresa a la noche. Con la misma fui a comer.

Por la tarde dormí un rato la siesta, dicen que el sueño vuelve tersa la piel. A eso de las cinco de la tarde comencé con la última etapa de mi "metamorfosis". Moldeé mi cabello que lucía un precioso y sedoso rubio con un brillo intenso que me caía a lo largo de mi cara aniñada por la depilación. Poco Olga iba saliendo de su escondite. Con esta satisfacción de verme también me dispuse a modelar mi cuerpo. Lo primero que hice fue adaptar mi pecho para conseguir un efecto voluptuoso y sexy. Esta es una operación que requiere mucha pericia ya que al llevar un escote tan atrevido debía ser lo más realista posible. Por lo que tuve que juntar mis propias tetillas hacia el centro y sujetarlas con una cinta adhesiva elástica. Seguidamente introduje los rellenos de silicona en el sujetador del corpiño lo que le dio volumen y, para terminar, utilice maquillaje para dar el efecto visual exigido.

Disimular el pene fue mucho más fácil porque la "faja-vagina" ya estaba preparada para ese caso. Lleva un dispositivo justo por dentro de la vagina postiza que te permite esconderlo a la perfección, incluso dispone de un pequeño orificio que te permite orinar sin necesidad de quitarla. Es realmente muy cómoda y su efecto es tan realista que apenas se nota. Después me puse la tanguita que se ajustó como un guante.

Las medias se deslizaron por mis piernas y el cosquilleo que sentí me hizo temblar de placer. Por lo que prolongué su subida todo lo que pude hasta el punto de quedarme paralizado. Con esa resaca de excitación coloqué el liguero y abroché las medias a él. No pude reprimir la tentación de contemplarme en el espejo una vez puestas las medias y cuando me vi me corrió un escalofrío irresistible por todo mi cuerpo. Vi a una chica rubia esbelta embutida en una armadura de seda negra que estimulaba cada poro de su piel, con unos pechos voluptuosos y un culito apetecible y carnoso. Mi satisfacción iba en aumento y mi confianza en el éxito que buscaba con mi atuendo se intensificaba.

Pasé al maquillaje con una sonrisa picarona por lo que imaginaba que podía ser la noche. Antes de adaptar las lentillas me refresqué el cutis con una crema hidratante. Seguidamente disimulé las imperfecciones y el color de la barba con cobertores y correctores, con esto conseguí una tez uniforme en todos los puntos. Con el fondo esta uniformidad se hizo más palpable y con los polvos se volvió aterciopelada. Para los ojos me esmere en conseguir una mirada entre perversa e ingenua por lo que, después de peinar y fijar convenientemente las cejas, usé unas sombras claras no muy intensas como el gris perla y el violeta muy bien difuminados. Una raya negra muy fina por encima de las pestañas y unas pasadas de rimel a las pestañas que previamente le había añadido unas postizas en la parte exterior del párpado completaron el efecto.

El rubor de las mejillas le dio a la cara un aire desenfadado que contrastaba con el primoroso perfilado de los labios, para los que elegí un color rosa a la que añadí unos toques de brillo. Solo quedaban las uñas. Tardé un ratito en pegarlas y pintarlas, de un rosa nacarado muy sutil. Eran largas y hacían mis manos más felinas.

El efecto fue espectacular. Ya no me reconocía. Ahora Olga casi estaba fuera, con un pie en este mundo. Me sentí embriagada del placer que sentía al verme ante semejante belleza delante de mí.

Corrí hacia la cama y me puse el vestido en un santiamén. El vestido me quedaba tan ceñido que marcaba casi toda mi ropa interior. Pero lo que más sorprendió fue mi exuberante y turgente busto que sobresalía entre el escote. Su efecto era tan convincente que yo creo que más de una lo envidiaría.

En el tocador, en mi joyero busqué unos pendientes larguísimos que me había regalado Ricardo cuando se despidió de mí. Me los puse rememorando sus ojos y su sonrisa; junto con el resto del conjunto formado por un anillo, unas pulseras y una gargantilla con un crucifijo enorme de azabache y plata.

Los zapatos me elevaron unos centímetros casi mareantes. Pude comprobar que los ensayos previos, tan necesarios, habían servido para algo. Le di unos últimos retoques a mi peinado, metí en el bolso todo lo necesario, me puse una pequeña torera de terciopelo negra y me encaminé hacia la puerta de mi habitación. No sin antes echarme un último vistazo a mi transformación. Me quedé boquiabierta por el resultado. Olga había salido del todo e incluso había superado todas mis expectativas. Mi satisfacción disipó todo atisbo de duda respecto a mi temor ante mi nueva salida como chica.

Lo mismo debieron de pensar mi madre y mis hermanas al verme bajar por las escaleras. Ya me esperaban expectantes en el vestíbulo y sus caras eran todo un poema cuando me vieron. Se me subió el rubor de la emoción e instintivamente adopté una pose del más puro y seductor estilo femenino.

-. ¿Qué os parezco niñas? ¿Me encontráis bien?- exclame con una voz tan melodiosa que a mi misma me maravilló.

-. ¡Caramba chica! Me parece que hoy a tu lado no nos vamos a comer una rosca. ¿Verdad Raquel?

-. ¡Y que lo digas! ¡Vaya rubia más imponente!

Me besaron y me felicitaron. Cuándo me acerqué a mi madre percibí que una lágrima le corría por sus mejillas.

-. Estas encantadora. – me dijo mientras me besaba en la mejilla.

-. Venga vámonos. Que es tarde. - dijo mi inquieta hermana Paula. Y nos cogió por el brazo sin casi dejarnos despedirnos.

La sensación de notar como la fresca brisa de la noche acariciaba mis piernas y subía por dentro de la falda, cuando pisamos la calle, me causó tanta excitación que casi me quedo petrificada. Y sin querer me llevó a unos años atrás, cuando Ricardo me vino a buscar por primera vez a casa. Mis hermanas notaron mi turbación y se sonrieron por detrás.

-. ¿Que ocurre Olga? ¿Has vuelto a comprobar las caricias del exterior en tu interior femenino? – me pregunto Paula con sorna.

-. Cállate tonta – le respondí mientras entrábamos en el coche, aun con el cuerpo contraído por el deleite vivido.

En el coche pude fijarme mejor en como iban en mis hermanas. Raquel, que iba conduciendo, era la más mayor de las dos y también la mas seria. Llevaba un traje de chaqueta y pantalón tipo ejecutivo en azul celeste con unos zapatos tipo chinela blancos. Su sedoso pelo castaño, que le llegaba por el cuello, lo había ahuecado y formado una enorme onda en el flequillo que le caía sobre sus tiernos ojos castaños. Se había maquillado con unos tonos muy tenues donde sobre salía su carnosa boca de un color coral y se había puesto unas gafas con una montura negra muy retro.

Paula era la revolucionaria de la familia, siempre con su estilo desenfadado. En esta ocasión lucia una minifalda gris tableada con un top rosa que le dejaba ver su ombligo con el piercing de un candado y unas botas casi blancas casi hasta la rodilla. Yo siempre le había envidiado su estilo, su enorme y cuidada melena, negra como la noche, que esta vez llevaba suelta; sus expresivos ojos verdes, primorosamente maquillados en tonos violeta; y su cálida y sensual sonrisa, perfilada para la ocasión en color cereza.

Mientras las miraba sentía como las medias me rozaban sobre mis tersos muslos cuando movía las piernas. Este roce me impedía casi articular palabra y centrarme en la conversación de mis hermanas. Era como un cosquilleo tan intenso que me recorría por todo el cuerpo y que me resultaba casi imposible de controlar, cuanto más las rozaba más lo provocaba yo inconscientemente.

Llegamos a un aparcamiento subterráneo donde dejamos el coche. Ya fuera nos estaban esperando las demás chicas. Todas amigas de Raquel. Eran ocho a cuál más bonita. Nos presentamos. A mí lo hicieron como una prima que vivía en el pueblo de mi padre. Una de ellas no me quitó el ojo desde que nos vieron venir. Se llamaba Ana y fue compañera de universidad de mi hermana. Yo ya había oído hablar de ella por su predilección erótica hacia las mujeres. Reconozco que me sentí halagada por la mirada tan seductoramente diáfana que me echó. Y que devolví con algo de tímida coquetería.

En ese instante llegó el microbús alquilado por Paula y que nos llevaría a los lugares proyectados para la despedida. Cada una ocupó su asiento. Paula justo detrás del conductor para indicarle el itinerario. Raquel se sentó con una compañera de trabajo algo repipi llamada Maria y que la abrumó con sus ideas sobre las actitudes de los chicos con referencia al sexo. Yo me senté casi por el medio, al lado de la ventana. Y casi al momento se me unió Ana, que me agasajo con cumplidos sobre mi exótica belleza llena, según ella me dijo, de una extraña ambigüedad. Con una voluptuosa delicadeza para ser un hombre pero con una potente agresividad en mis rasgos para ser una mujer. Me dijo que nunca había visto nada parecido en su vida y que dicho contraste la fascinaba. Le agradecí el piropo con una sensual sonrisa.

El autobús paró delante de la zona de copas. A esas horas los bares y pubs estaban a rebosar. Paula explicó esa parada argumentado que antes de cenar había que llenar el estómago y la cabeza. Sin embargo, Raquel y yo sabíamos que lo que quería Paula era levantar el ánimo de algunas chicas y de paso flirtear con algún chico. Entramos en un local atestado de gente. Los chicos nos dirigían miradas de lascivia cuando pasábamos y algunas veces notaba como sus manos rozaban mis nalgas y mis piernas ya de por sí sensibles por la fricción de las medias y la brisa que se colaba por debajo de mi falda. En una esquina Laura, otra de las chicas que iba cono nosotras, vio a lo lejos a su novio que estaba con su pandilla de amigos y nos acercamos hasta donde estaban. Entre ellos estaba un chico que había estudiado conmigo en el instituto llamado Jorge y que se puso a hablar conmigo, ensalzando mi belleza y preguntándome de donde era porque nunca me había visto por ahí, a lo que le conteste que estaba muy equivocado, que me había visto pero que no se acordaba. Quedó un poco perplejo pero no dijo nada. La conversación se desarrollo durante unos minutos en los que él intentó llegar un poco más allá con las manos, cosa que yo rechacé pero que en el fondo me enorgullecía por que no me había reconocido.

Entramos en algún que otro local más y puedo asegurar que alguna de las chicas ya estaban entonadas cuando volvimos al autobús. Maria entre ellas.

En el restaurante nos recibió un hombre bien musculoso, desnudo de la cintura para arriba, con una pajarita en el cuello, que más de una dejó escapar un suspiro de lujuria al verlo. Nos condujo a una mesa bien aderezada de atributos fálicos. Hasta el pan tenia forma de pene. La cena consistió en platos con alimentos que, según dicen, despiertan la libido, como el marisco, las nécoras concretamente, cuyo sabor me recordó al sexo de alguna "novieta" mía. O las ostras que era el plato preferido de Casanova. Todo ello muy bien decorado con un sutil toque erótico. Fue una comida de lo más deliciosa y que produjo en mí una ligera desinhibición. Ana estuvo toda la cena a mi lado, hablamos de múltiples temas. Uno en concreto me divirtió bastante. Trataba sobre los chicos y sobre sus absurdas fantasías sexuales. Me comentó que una vez se le ocurrió vestir un amigo de chica y llevarlo de copas por ahí. El chico, al principio reacio, se fue entonando e incluso alguno lo intento ligar. Me confesó que parecía como un pavo real pavoneándose por los locales. Y todo finalizó con un buen polvo con ella en los baños de las chicas. Me reí como una descosida con la anécdota. Mientras ella me comía con los ojos y no perdía ocasión para cogerme de la mano o del brazo o ponerme la mano sobre los muslos y masajearlos, lo que provocaba algún que otro escalofrío.

Con los postres llegaron los regalos. Unos presentes subidos de tono que Raquel agradeció no sin cierto sonrojo. Nos sirvieron de postre fresas con nata y, esto fue la guinda de la noche, un enorme pastel decorado con la foto de un chico desnudo en una posición bastante provocativa y del que sobresalía un descomunal pene hecho con bizcocho y crema. Ana, al verlo, no pudo reprimir el impulso de coger mi muslo y apretarlo con ganas, lo que me hizo estremecer hasta el paroxismo. Ana vio mi cara crispada y retiró la mano instintivamente con un semblante de disculpa. Una caricia mía sobre su pierna la tranquilizó. El pastel estaba exquisito, tenía diferentes sabores, difíciles de describir pero que levantaban unas sensaciones muy sugerentes.

Casi terminando los postres la música comenzó a sonar. Y en el escenario apareció una "Drag queen" altísima, con unas enormes plataformas y vestida como una cantante francesa de posguerra pero muy creativa. Su canción era envolvente como una caricia. Se acercó a Raquel y se sentó en su regazo mientras la arrullaba con su cálida melodía. En ese momento volví a sentir la mano de Ana intentando escurrirse bajo mi falda. Esta vez, cuando advirtió mi turbación, no la retiró y yo tampoco hice nada por rechazarla, muy al contrario, se la mantuve y le facilité la penetración alzando levemente el vestido. Raquel mientras se había animado con la Drag y se había levantado para ir a bailar, a la que siguieron Paula y las demás chicas, empezando por Maria, excitadas por el alcohol y la vigilancia de los camareros semidesnudos; de los cuales uno no paraba de clavarme miradas insinuantes que yo aceptaba con galantería, mientras la osada mano de Ana subía por mi entrepierna. Me resultaba un poquito difícil tomarme el cupito de licor de avellana que me habían servido después del embriagador y libidinoso postre. Me embargaba la felicidad por como se iba desarrollando la noche, Olga estaba en la gloria y yo notaba la tranquilidad de su éxito. Hasta ese instante nadie había notado nada. Mi feminidad interior había superado a la exterior y había disipado todo temor. La excitación de mis reflexiones y las caricias hicieron mella en mi cuerpo de hombre y notaba como mi "clítoris" se endurecía produciéndome cierta incomodidad. Me disculpé con Ana y me dirigí hacia al baño. Ana insistió en acompañarme alegando un retoque en su aspecto.

En el baño corrí hacia un reservado. Subí el vestido. Baje la tanga y la faja. Me senté en la taza con la mano en el pene y comencé a masajearlo incontroladamente. Con las prisas no había echado el pestillo y de repente la puerta se abrió. Detrás estaba Ana, que al ver mi pene erecto quedó impresionada por la sorpresa.

-. ¡Tienes pene! ¡Eres un chico! – exclamó mirándome con los ojos desorbitados.

El calor de la vergüenza inundó mi cara. Ella entró en el reservado. Cerró la puerta, esta con pestillo, y, sin pensárselo dos veces, comenzó a chuparme el pene con fruición. Una ráfaga de placer recorrió todo mi ser y no pude evitar que se escaparan unos gemidos entrecortados y apasionados. Así su leonada melena rubia con rabia incontenible, presionando su cabeza contra mi entrepierna, no dejándola abandonar su situación, tragando mi sabroso "clítoris" hasta el fondo de su garganta. Me clavaba sus largas y cuidadas uñas color vino en mis muslos y comía como una posesa insaciable. Estaba a punto de reventar. Entonces ella logró desembarazarse de mis manos y se incorporó con la vista perdida. Subió su ceñida falda, bajo las bragas y se puso encima de mí, metiendo toda mi verga hasta el fondo.

-. ¡Fóllame! ¡Fóllame hasta las entrañas mi amor! ¡Más adentro! ¡Sigue, mi vida!- me repetía entre jadeos.

Yo le abrí la blusa rompiéndole el sostén, le chupé sus enormes y duros pezones mientras mis manos agarraban su tenso culo, clavándole las uñas con la crispación.

-. Sigue mi putita. Méteme tu linda pollita hasta arriba y córrete dentro –sus movimientos de caderas se aceleraron. Me abrazaba con una fuerza tan descomunal como alocada y me besaba por toda la cara.

Yo estaba al borde del paroxismo. Mi boca deambulaba por su cuerpo. Ora en sus labios ora en su cuello y sus pechos. Ella no paraba de cabalgar sobre mis muslos, cada vez más tensos. Me cogía la cabeza con las manos, presionando los pendientes contra mi cuello, y hundiéndola en sus pechos turgentes. Estaba como endemoniada. Su cuerpo cimbraba y se crispaban. Su pelvis succionaba mi polla como si me la quisiera arrancar de cuajo.

Sentimos la puerta del baño abrirse y Ana me tapó la boca para que no hiciera ruido. Oímos la voz de María y Paula.

-. No sé dónde se habrán metido esas dos. – comentaban mientras se retocaban en delante del espejo.

Maria se metió en el reservado de al lado y oímos como, mientras meaba le comentaba a mi hermana la posibilidad de que quizás nos hubiéramos ido con algún camarero. Y confesándole que a ella no le importaría nada perderse con su prima Olga alguna vez. Una gran carcajada de Paula la mosqueó. Paula le dijo, con una voz misteriosa, que no desesperara por que en esta vida, a veces, los sueños se cumplen. Yo disfrutaba con la conversación y Ana me observaba sonriendo mientras me acariciaba el cuello dulcemente.

Cuando se marcharon aun seguíamos unidas. Tres imprevistas sacudidas pelvianas me hicieron inundar de semen todo su coño. Quedando profundamente exhausta por el esfuerzo.

-. Me parece que nos echan de menos. Es mejor que volvamos a la fiesta antes de que se preocupen. - Me dijo mientras se levantaba y se vestía.

-. Es verdad -le conteste aun sin casi fuerzas para poder salir de allí.

Tenia todos los miembros entumecidos. A duras penas pude ponerme la ropa. Cuando salí del reservado Ana ya se estaba arreglando su maquillaje. Me puse a su lado y yo también me puse a la obra. Mientras nos maquillábamos me felicitó por mi perfecta caracterización como chica. Confesó que, desde que me viera, estaba deseando hacer el amor conmigo por que, como yo ya sabía, a ella le tiraban las mujeres. Y cuando se encontró con semejante sorpresa, lejos de amedentrarse no pudo reprimir la ocasión de hacerlo con, como ella mismo dijo, la chica con rabo más hermosa y sugerente que había visto jamás. Se me subió un sonrojo de vanidad al oír sus palabras.

En el comedor las chicas ya estaban impacientes por nosotras. Sobretodo Paula que me interrogó con la mirada. No dije nada pero algo debió de notar en mi rictus por que me respondió con un gesto de regañina cariñosa. Raquel seguía bailando sin enterarse de nada. Y, por primera vez, pude observar a la mojigata de Maria con otros ojos. Ella me miraba con cara de lascivia pero acrecentada por un tambaleo etílico bastante considerable.

Al rato salimos del restaurante y nos dirigimos hacia el siguiente local. En el autobús aun me duraba el temblor de la experiencia vivida. Aun hoy, cuando lo estoy escribiendo la recuerdo con mucho cariño. Entre otras cosas porque fue la única vez que hice el amor con una mujer vestido como Olga. Ana a mi lado me sonreía y yo podía ver también su satisfacción en sus ojos que brillaban como estrellas. Estaba especialmente radiante.

Paramos al lado de una enorme sala de fiestas. Cuando entramos nos embargó un sobrecogimiento al ver la cantidad de tíos que se movían por el local, todos semidesnudos, y por los gritos histéricos de las mujeres al verlos. En el escenario había un espectáculo de "sexy-boys", streptease masculino con chicos con pollas como estacas. El griterío era ensordecedor y los billetes volaban de sus manos a las tangas de alguno de los chicos. No había nunca en un espectáculo así y confieso que me excitó bastante. Uno de los strippers subió a Raquel al escenario y se pusieron a bailar de forma bastante picante. Raquel jadeaba de placer y el chico la sentaba encima de la entrepierna y se movía dando pequeños golpecitos sobre sus nalgas. Ana se había recompuesto de la excitación y no paraba de hacerme carantoñas por detrás, lo que yo permitía encantada mientras miraba como las demás chicas se entregaban a la diversión del despelote. Solo Paula, que no dejaba de fijarse en mi con cara de envidia, y María que se debatía entre su moralidad y la diversión y que se sentó en la barra a tomarse una copa al tiempo que desnudaba a los camareros con los ojos, parecían un poco fuera del grupo. Raquel desapareció durante un rato con el stripper y; al cabo de un rato apareció toda colorada y algo despeinada, con una mueca de lascivia en su boca. Todas lanzamos un grito de triunfo al verla.

Estuvimos en la sala casi dos horas. Después el autocar nos dejó en una discoteca y se despidió de nosotras deseándonos un final acorde a la noche.

En la discoteca todas nos dispersamos. Unas fueron a bailar, como Paula y Raquel. María cayó rendida en un sillón y casi se queda traspuesta si no fuera por las demás chicas que la animaron. Laura encontró de nuevo a su novio y se lanzó a él como si quisiera desahogarse de lo reprimido durante la noche. Ana y yo íbamos hacia la barra a refrescarnos con unos destornilladores (vodka con naranja), pero cuando llegue a la barra ya había desaparecido. A mi lado había un tío todo encorbatado, con ganas de querer desfogarse, que me mandaba besitos intentaba tocarme el culo. Mi mirada y el improperio que le eché con una voz marcadamente masculina le hizo poner pies en polvorosa y desapareció en un santiamén. Al poco rato sentí como una mano me tocaba en el hombro y oí una voz conocida que me dejo petrificada.

-. Hola. Me llamo Andrés. Tú eres la prima de Diego ¿no?

Me di la vuelta lentamente. Allí estaba mi intimo amigo Andrés, con una sonrisa de oreja a oreja. El terror a que me reconociera se disparó y no pude evitar que me temblaran las piernas. Solo acerté a decir.

-. Sí. Me llamo Olga. Encantada Andrés. – le di dos besos casi sin sostenerme.

Me dijo que había visto Paula y le había preguntado por Diego, mi yo masculino. En esto crucé con Paula un a mirada de reproche que ella frenó con indiferencia. Ella le dijo que me había quedado en casa. Le explicó que estábamos en la despedida de Raquel. Le señaló hacia donde estaba yo diciéndome que era su prima. Paula se ofreció a presentarme ante la mirada de Andrés al verme de lejos. Pero él le dijo que prefería hacerlo solo y que ahí estaba. Yo lo escuchaba tratando de atisbar algo que pudiera darse cuenta de quien era realmente yo. Pero él seguía tratándome como a una chica. Sin ningún indicio de sospecha. Procuré esmerarme en poner todo encanto femenino en juego para disipar toda duda. Sin embargo, no pude evitar que me notara cierto parecido con Diego. Me dijo que si no fuera por mis ojos azules, mi pelo tan rubio y, aquí puso una picara sonrisa, mi escultural figura; seria clavada a mi primo. Desde ese instante respiré algo más tranquila.

Charlamos durante un buen rato. Me invitó al destornillador y nos fuimos a sentar a una esquina de la discoteca. Su conversación prácticamente versaba sobre las aventuras de él y su pandilla. Anécdotas que ya sabia por formar parte de la mayoría. Me habló de cómo era Diego y de cómo algunas veces no lo comprendía por como se comportaba con las chicas, y ellas con él. De la tremenda intuición que tenia para saber como llevarlas. Incluso tenia temporadas de no salir de marcha con ellos. Yo lo escuchaba y sabía que esas temporadas fueron cuando estaba con Ricardo y estos últimos meses en que me preparaba para volver a ser Olga; y que constantemente me reprochaba. Mientras hablaba no dejaba de fijarse en mi escote y en mis piernas. Yo procuraba adoptar posturas incitantes que le facilitara dicha visión. Inconscientemente estaba tratando de seducir a mi mejor amigo y el morbo de poder conseguirlo me excitaba cada vez más. En la pista sonaban ritmos calientes. Vi la oportunidad de aumentar el juego seductor y le propuse a Andrés ir a bailar. Yo sabía que bailar no era lo suyo y esperaba una disculpa. Lo cogí por la mano antes de que dijera nada y lo arrastré hasta el medio de la pista. Allí exhibí mis más insinuantes pasos y movimientos. Andrés trataba de estar a mi altura, se acercaba a mí, me cogía por la cintura y se pegaba a mi cuerpo rozando su paquete contra mi vientre. Se le notaba caliente. Mis contoneos le hacían suspirar de deseo y sus ojos se agrandaban como platos. Yo subía y bajaba cimbreando por su cuerpo mientras mis manos rozaban su pecho. En el colmo de la provocación le palpé el cuello con mis labios humedecidos y noté como un temblor electrizante recorría todo su ser. Mis hermanas nos observaban y me hacían gestos de reproche pero yo ya no podía echarme atrás. De repente me entraron unas ganas incontenibles de follarme a mi mejor amigo. Sin pensarlo más enlacé mis brazos por detrás de su cuello y lo besé apasionadamente, metiéndole la lengua hasta el fondo de su boca. Mi impulso no le amedentró. Todo lo contrario. Me apretó contra él y el beso se prolongó por unos largos instantes. Cuando nos separamos el efecto aun perduraba en nuestros sentidos. Yo tardé un rato en situarme y lo primero que vi fueron el semblante reprobatorio de Paula y el rematadamente sensual de Ana a su lado. Me acerqué a ellas un momento para anunciarles mi decisión de enrollarme con Andrés. A Paula no le pareció muy bien pero su gesto inquieto delataba todo lo contrario. Ana sonrió con gesto de envidia, me besó en la mejilla al tiempo que me expresaba al oído su confianza. Me despedí de ellas hasta el próximo día. Y me fui con Andrés cogidos de la mano.

Montamos en el coche y antes de arrancar nos volvimos a fundir en otro largo beso. Mientras conducía le pregunté a donde iríamos. Como supuse me dijo que siempre llevaba en la guantera las llaves de un apartamento amueblado que tenían sus padres y que permanecía vacío porque no lo daban alquilado a nadie. Este apartamento ya lo conocía porque ya lo había llevado a chicas en algún fin de semana. Mientras me hablaba yo le acariciaba los muslos y la entrepierna embutidos en un apretado pantalón vaquero. Al parar en un semáforo aproveché para besarlo de nuevo y de paso le abrí la bragueta. Introduje mi mano y empecé a masajear su pene por encima de sus calzones de seda. Notaba como el aparato se empalmaba y endurecía. Andrés hacia esfuerzos sobrehumanos para mantener la concentración en la carretera. El pene erecto se abrió paso entre la apertura del calzón que, con mi ayuda, salió para fuera del todo. Estaba duro como una roca. Me agaché hacia él y comencé a lamérselo lentamente. Andrés soltó un gemido de satisfacción y con la mano me incitó a meterlo en mi boca hasta el final. Estuve chupándolo hasta casi llegar a las inmediaciones del apartamento. Su intento de contenerse le provocaban espasmos, hasta que no aguantó más y se corrió en mi boca. Yo lamí su semen caliente y con él aun en la boca lo bese mientras apagaba el coche. El sabor del semen se fundió en nuestros labios.

Para subir al piso tuve que tirar de él. También le costó algún tiempo abrir la puerta. En lo que era el dormitorio había una cama enorme, un tocador a sus pies con espejo encima. Mientras Andrés fue al baño yo me preparé para que no notara nada durante el acto. Me quité el vestido quedándome con el resto. Arreglé un poco el pelo y me senté en una silla adoptando una postura lo mas insinuante posible. Cuando él entró y me vio en ropa interior se lanzó hacia mí como un poseso y empezó a besarme en los pechos. Yo me zafe de sus brazos y con una mirada de lujuria le dije.

-. ¿Te gusta jugar con los sentidos?

Me miró sorprendido mientras se desnudaba.

-. Me encantaría atarte a la cama y vendarte los ojos. - Le dije al tiempo que me tumbaba sobre la cama -. Acariciarte y besarte sin que tu me vieras, excitando cada poro de tu cuerpo. Dejarte entrar en mi cuando menos lo pensaras. ¿Qué te parece?

Se acercó a mí y se sentó a mi lado mientras acariciaba mis piernas. Su tacto firme pasando por mis medias me estremeció las entrañas.

Se recostó encima de mí clavando su paquete sobre mi "vulva", jugando con sus menos en mi pelo y besándome en el cuello. Yo me revolvía de placer. Bajo hacia mis muslos y empezó a quitarme las medias como en un ritual. A medida que me deshacía de ellas me regaba con un leve roce de sus labios. Cuando terminó con las medias me sentó sobre la cama y me agarró desde la espalda mis pechos por encima del sostén. No pareció darse cuenta del engaño porque siguió manoseándolos como si tal cosa. De repente exclamó.

-. ¡De acuerdo! Haré lo que tu quiera cariño.

Me costo salir del arrobo en que me encontraba. Él se separó un poco y juntando las muñecas me invitó a que lo atara.

Lo hice con las medias. Lo ate a los barrotes de la cabecera y le vendé los ojos con un precioso pañuelo de seda que encontré en un cajón del tocador.

Comencé a besarlo por todo el cuerpo rozando mis labios en cada poro. Mordisqueé sus orejas y lamí su cuello con parsimonia. Las tetillas se le erizaron cuando pase mi lengua por ellas. Encima de él sentía su polla en mi "clítoris" impaciente por salir. Andrés estaba fuera de sí y su inmovilidad aumentaba su éxtasis. No paraba de moverse y de jadear. En ese momento me deshice de la tanga y palpe su glande con el vello de mi "vulva". Andrés estaba al borde del orgasmo. Abrí el orificio de la faja destinada para el ano en introduje su verga en mi culo hasta emitir un jadeo desgarrado. Él me exhortaba a seguir y me decía palabras soeces. Cabalgué sobre él con su pene incrustado en mi ano hasta que un efluvio incontrolado de semen me inundó toda.

Él estaba deshecho del esfuerzo. No levantaba ni un miembro. Yo no pude evitar tener una leve eyaculación que sobre pasó la vagina de látex por el conducto preparado para la micción. Lo que humedeció toda la zona. Entonces me puse encima de su cara y él comenzó a lamerla como si de un coño real se tratara. En ese rato yo había metido su verga en mi boca y lo seguía chupando con ganas.

Al cabo de un rato lo desaté y le quite la venda. Fui hacia mi bolso y saqué un consolador con correa para atar a la cintura. Se lo enseñe y le pregunte maliciosamente.

-. ¿Te gustaría que te lo metiera por el culo? Machote.

Su respuesta no se hizo esperar.

-. Siiiii. Me encantaría - y dicho esto se puso a cuatro patas encima de la cama y me ofreció su culo virgen.

Hice como si ataba el falso miembro. Bajé la faja y me acerqué a él con mi polla empalmada. Se la metí de golpe. Un grito de dolor inundó toda la habitación. Empecé a moverme en pequeñas sacudidas que fui acelerando poco a poco y eyaculé todo mi semen dentro de Andrés con una fuerza incontenible.

Andrés quedó casi inconsciente del dolor y del éxtasis. Lo arropé en la cama y lo dejé descansar. Mientras tanto yo me dirigí al baño y meé profusamente. Me vestí y me arreglé un poco. Me despedí de Andrés con un beso en los labios y me marché.

En la calle ya había amanecido. El servicio de limpieza regaba las calles y su frescor acariciaba mis piernas y mi cara. Caminé hacia mi casa lentamente. Pensativa. Emocionada. Feliz.

Me tumbe en mi cama. Y me quedé dormida tal como había llegado.


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